martes, 17 de agosto de 2010

Discurso de Gettysburg, de Abraham Lincoln

En noviembre de 1863, Abraham Lincoln pronunció su famoso Discurso de Gettysburg. Dicho discurso es considerado como uno de los más famosos y citados en la época moderna:
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Hace ocho décadas y siete años, nuestros padres hicieron nacer en este continente una nueva nación concebida en la libertad y consagrada al principio de que todas las personas son creadas iguales.
Ahora estamos empeñados en una gran guerra civil que pone a prueba si esta nación, o cualquier nación así concebida y así consagrada, puede perdurar en el tiempo. Estamos reunidos en un gran campo de batalla de esa guerra. Hemos venido a consagrar una porción de ese campo como último lugar de descanso para aquellos que dieron aquí sus vidas para que esta nación pudiera vivir. Es absolutamente correcto y apropiado que hagamos tal cosa.
Pero, en un sentido más amplio, nosotros no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar este terreno. Los valientes hombres, vivos y muertos, que lucharon aquí lo han consagrado ya muy por encima de nuestro pobre poder de añadir o restarle algo. El mundo apenas advertirá y no recordará por mucho tiempo lo que aquí decimos, pero nunca podrá olvidar lo que ellos hicieron aquí. Somos, más bien, nosotros, los vivos, los que debemos consagrarnos aquí a la tarea inconclusa que, aquellos que aquí lucharon, hicieron avanzar tanto y tan noblemente. Somos más bien los vivos los que debemos consagrarnos aquí a la gran tarea que aún resta ante nosotros: que, de estos muertos a los que honramos, tomemos una devoción incrementada a la causa por la que ellos dieron hasta la última medida completa de celo. Que resolvamos aquí, firmemente, que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra.
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Tomado de:

miércoles, 9 de junio de 2010

Sobre Carlos Monsiváis

Introducción no pedida a Carlos Monsiváis*
Tanius Karam
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La verdadera prueba de una inteligencia superior es poder conservar simultáneamente en la cabeza dos ideas opuestas y seguir funcionando; admitir por ejemplo que las cosas no tienen remedio y mantenerse sin embargo decidido a cambiarlas.
Scott Fitzgerald
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Las recientes noticias sobre la deteriorada salud del escritor Carlos Monsiváis, nos motiva para una reflexión introductoria sobre su obra. El autor de Los rituales del caos, se encuentra convaleciente en un nosocomio del sur de la ciudad. A principios del mes de abril trascendió que se encontraba hospitalizado por un problema de salud. De acuerdo a las últimas informaciones, aunque todavía hay que mantener la cautela, diversas fuentes periodísticas aseguran que el autor ha respondido de forma satisfactoria al tratamiento que recibe en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán de la Ciudad de México, donde ingresó como consecuencia de una crisis respiratoria.
El escritor ha estado en el área de cuidados intensivos. El Universal ha reproducido por ejemplo que Monsiváis está “consciente, tranquilo y de buen ánimo pero algo cansado”. Asimismo, al ser consultados por La Jornada, los especialistas que se encargan de su salud se mostraron optimistas respecto a la evolución del ensayista porque “puede respirar por su propio esfuerzo y su corazón está en perfecto estado”.
Por la importancia de su obra y la necesaria difusión de su pensamiento ofrecemos aquí una introducción no pedida. Monsiváis por otra parte es un amigo del proyecto de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. En mayo 2008, a propósito de los 70 años de vida del autor, nuestra universidad le entregó un sui géneris título honorario “Doctorado Honoris Causas Perdidas”, al mismo tiempo organizó un coloquio para celebrar, reflexionar y difundir la obra del autor.
¡Ánimo Carlos!
En 1954 Sergio Pitol y Carlos Monsiváis participaban en un Comité Universitario de solidaridad con Guatemala, y distribuían volantes y acudían juntos a manifestaciones; en una de las manifestaciones pudieron ver a Frida Kahlo, rodeada por Diego Rivera, Carlos Pellicer, Juan O’Gorman, entre otros. Era una manifestación de apoyo al gobierno de Jacobo Arbenz que en ese momento había sido víctima del golpe de Estado que orquestó la Central Intelligence Agency para poner a Castillo Armas.
Un año después en 1955 Monsiváis asiste a un concierto de Bola de Nieve. Su deseo de que esos dos actos no fueran material para el olvido lo hizo registrarlos en sendas crónicas; con ellas marcó el inicio de su quehacer literario y periodístico. Desde ellas Carlos Monsiváis sería el escritor atento a lo inmediato, aquél que vislumbró que lo fugitivo, bien escrito, permanece.
Los primeros trabajos de Carlos Monsiváis, aparecen junto con los de José Emilio Pacheco en la revista Estaciones de Elías Nandino. El relato ficcional de Monsiváis fue Fino acero de niebla; relato extraño que nada tenía que ver con la literatura que se escribía entonces, Pitol evoca: “Su lenguaje era popular, pero muy estilizado; y la construcción, eminentemente elusiva. Exigía del lector un esfuerzo para más o menos orientarse. [...] Monsiváis reunía en sus cuentos dos elementos que definiría más tarde su personalidad: un interés por la cultura popular, en ese caso el lenguaje de los barrios bravos, y una pasión por la forma, instancias que por lo general no suelen coincidir”.
Monsiváis es otro polígrafo cultural de nuestro tiempo en perpetua expansión, “un sindicato de escritores, una legión de heterónimos que por excentricidad firma con el mismo nombre”. Mr Memory, como lo llama Pitol es también un gran historiador de las costumbres y las ideas que ha sabido sobre todo transportar los más diversos referentes y tópicos en esa autopista que va del centro a la periferia y le permite dialogar. Uno de sus rasgos estilísticos y temáticas es la producción de textos donde detalles de la vida cotidiana se dan la mano con los grandes de la cultura occidental. No es casual que la idea centralidad-periferia aparezca en esa crónica biográfica que Monsiváis hiciera hace unos años del eximio ex cronista de la ciudad Salvador Novo.
La relación Novo-Monsiváis nos lleva a resaltar dos características: la preocupación sobre las minorías, sus campos de manifestación, su historia, su proceso de lucha. Novo es personalidad que irrumpe contra la sociedad pequeño-burguesa de su época y una primera reivindicación de la diferencia en la sociedad urbana un poco más monolítica del medio siglo.
Un segundo punto más sutil que hermana a ambos escritores es la vocación literaria por el detalle, el enciclopedismo y la diversidad de registros textuales que alterna informaciones sofisticadas de la “alta cultura” con datos de la cotidianidad, los gustos y las necesidades sociales que el escritor percibe. Si se puede hablar de Monsiváis como un “comunicador” es en la idea de lo que Martín Barbero adviene al papel del profesional de la comunicación: hacer comunicables diversos puntos de la cultural: lo urbano con lo rural, lo poético con el arrabal, el cine con la literatura, el kitsch con la oratoria política.
De sus tópicos y preocupaciones una de las más recurrentes es la idea de la ciudad, al grado que bien puede considerarse Monsiváis como el cronista no oficial de esta megalópolis. La ciudad es la síntesis desde la cual Monsiváis reflexiona. Castañón lo llama un hombre llamado ciudad. A la ciudad orgullo de Novo, Monsiváis describe los rituales de la ciudad-apocalipsis, sus transformaciones y cambios; en sus crónicas el autor de Escenas de pudor... ha logrado registrar literariamente el absurdo cotidiano de la ciudad; el caos que miramos y del que somos parte.
La ciudad fascina a Monsiváis desde su origen, su natal Portales, el metro, la aparición de los medios de información, las calles que caminan los escritores, los sueños y fantasmas que también la pueblan forman parte de ese tejido fascinante que lejos de entender Monsiváis quiere describir, contar. En broma o en serio Monsiváis ha dicho que al morir quiere que sus cenizas sean esparcidas en la pista del California Dancing Club, para que bailen sobre ellas además que este tradicional lugar de baile queda muy cercano al lugar donde vive.
En su múltiple origen su fascinación por la ciudad lo es por la literatura. De adolescente recuerda el contacto del cronista Valle Arizpe quien su muerte en 1965 cedió su puesto de cronista de la ciudad a Novo. Más tarde los recorridos. Es la experiencia de ciudad, del cine y el radio eternamente prendido en su casa que sin proponérselo constituye su primer maestro y lo popular, la ciudad, todo él se concreta y verifica, se “comunica” en la ciudad y los múltiples rostros cuyos cambios les toca verificar en esa década sedes de la gran expansión de la industria mediática.
Podemos entender por qué “Naranjo” dibujó a Monsiváis como un malabarista. Es uno de los escritores más hábiles para moverse en los campos fronterizos de la oralidad y la escritura, la ficción y la realidad, lo privado y lo público, lo hegemónico y lo alternativo. Resulta muy difícil señalarlo únicamente como periodista o cronista, aunque ésta sea por síntesis y simplificación el género al que inicialmente lo relacionamos. A Monsiváis pueden aplicarse aquellas palabras que él mismo dijera de Alfonso Reyes: “[...] totalidad literaria, el mundo entendido como estar concentrado en la página, en la hechura del artículo, del ensayo, del poema, del libro. No concibe el descanso y se ve a sí mismo como una obra”.
La grandeza de Monsiváis radica, según Domínguez Michael, en su capacidad para crear la ilusión que Monsiváis siempre ha estado ahí, en ese último trecho del siglo (1968-2000). Esa peregrinación rutinaria que es la vida pública de Monsiváis alimenta heréticos deseos parricidas y excita la curiosidad de imaginar si México podría sobrevivir sin su vigilancia. Pero la jefatura espiritual —sigue Domínguez— que Monsiváis ejerce sobre esa opinión pública que él tanto contribuyó a rebautizar, ampliando sus límites, como Sociedad Civil, exige una crítica permanente y severa, un auténtico y etimológico reconocimiento.
El autor de Entrada libre, bien puede compararse con la figura de un sacerdote laico que busca la salvación mediante la interpretación, de la grey; un cruzado cuya feligresía es la sociedad civil. Y ese carácter público provoca y anima que la iglesia invisible, al escuchar su voz o ver su rostro se arremoline junto a él para celebrar las primicias del análisis y el humor, el embate y encuentro más disímbolo e inimaginable de santos y fantasmas, ritos y fobias en la historia de este país.
Otro de los rasgos más prototípicos de su prosa y presentaciones públicas es humor e ironía, como todas y cada una de sus virtudes son una segunda piel que le permiten relacionarse con el mundo. Los románticos, a quienes les fascinaba la ironía, dieron una buena respuesta a esta pregunta; Friedrich Schlegel pensaba que era necesario reconocer que el mundo es esencialmente paradójico, y que por lo tanto sólo es posible comprenderlo con una actitud ambivalente.
Roger Bartra en su zaga de estudio sobre mexicanidad (La Jaula de la melancolía) y post-mexicanidad (La sangre y la tinta...) sugiere la ironía para romper el círculo hermenéutico engendrados por todos los mitos nacionalistas-revolucionarios. En ese sentido Monsiváis acaso sea uno de los ejemplos mejor logrados de cómo esa ironía, irreverencia, nos permite desanudar los rituales del caos, imaginar nuevas vías en la dualidad no resuelta tradición-modernidad.
Los orígenes de esta actitud o escritura (si es que eso existe) hay que retraerlo en las primeras lecturas del autor, como lo señala en una de las tantas entrevistas que le han hecho: “Yo creo que si algún sentido del humor tengo —cosa que enfáticamente niegan mis amigos y mi familia—, si alguno tengo, se debió a ese primer encuentro con Dickens, sobre todo en Las aventuras de Club Pickwick y de Mark Twain, Huckleberry Finn...”
Monsiváis nació el 4 de mayo de 1938. En breve celebraremos su cumpleaños 72. Según las malas lenguas no fue en la Portales donde ha vivido la mayor parte de su vida (Antonio Lazcano lo llama “el Quevedo de la Portales”), sino en La Merced. Más allá de los mitos. Con frecuencia su figura aparece en cafés y manifestaciones, en mesas redondas y conferencias solemnes, en el metro o haciendo cola en la librería Gandhi. No podemos decir, a pesar de su notable presencia que su obra sea objeto de aceptación unánime. Pero por otra parte llama la atención los pocos estudios que existen, uno de los cuales recientemente publicado proviene del campo académico estadounidense.
En un efusivo discurso por el premio Jorge Cuesta de literatura que se ofrece a Monsiváis hace casi 20 años, dice Elena Poniatowska: “Monsiváis no se ha distraído un segundo, no ha dejado de ser el escritor que quería ser. No ha apartado su voluntad de su objetivo salvo cuando suena su delicioso tormento, el teléfono y levanta la bocina, hace la voz de abuelita o de Arturo de Córdoba y se niega a sí mismo para entregarse en una risa limpia, vital, jovial, del intelectual que no pretende tomarse demasiado en serio”.
La imagen obligada. Copa en mano. Alrededor de la mesa bulle una legión de gatos y con la música del célebre poema de Guillermo Aguirre (“El brindis del bohemio”), decir: “Y sólo faltaba un brindis...”, el de Carlos. ¡Ánimo Carlos, sabremos que saldrás bien!
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*Texto publicado en Mediorama. Revista de medios, el domingo 25 de abril de 2010

miércoles, 19 de mayo de 2010

¿Qué pasaría?, de Mario Benedetti

¿Qué pasaría?
Mario Benedetti
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¿Qué pasaría si un día despertamos dándonos cuenta de que somos mayoría?
¿Qué pasaría si de pronto una injusticia, solo una, es repudiada por todos, todos que somos todos, no unos, no algunos, sino todos?
¿Qué pasaría si en vez de seguir divididos nos multiplicamos, nos sumamos y restamos al enemigo que interrumpe nuestro paso?
¿Qué pasaría si nos organizáramos y al mismo tiempo enfrentáramos sin armas, en silencio, en multitudes, en millones de miradas la cara de los opresores, sin vivas, sin aplausos, sin sonrisas, sin palmadas en los hombros, sin cánticos partidistas, sin cánticos?
¿Qué pasaría si yo pidiese por vos que estás tan lejos, y vos por mí que estoy tan lejos, y ambos por los otros que están muy lejos y los otros por nosotros aunque estemos lejos?
¿Qué pasaría si el grito de un continente fuese el grito de todos los continentes?
¿Qué pasaría si pusiésemos el cuerpo en vez de lamentarnos?
¿Qué pasaría si rompemos las fronteras y avanzamos, y avanzamos, y avanzamos, y avanzamos?
¿Qué pasaría si quemamos todas las banderas para tener sólo una, la nuestra, la de todos, o mejor ninguna porque no la necesitamos?
¿Qué pasaría si de pronto dejamos de ser patriotas para ser humanos?
¿No sé… me pregunto yo, qué pasaría?

martes, 4 de mayo de 2010

Así se quiere el lugar de donde uno es!!!!

ARMANDO FUENTES AGUIRRE
"CATON"
Mi abuelo solía dar una receta de la felicidad. Quien siguiera estos cuatro pasos llegaría sin duda a ser feliz:
Beber sin emborracharse
Amar sin sufrir pasión
Comer sin indigestarse
Y a veces desbalagarse
(Pero con gran discreción y sin desacreditarse)
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No sé si la fórmula funcione, pero he aprendido a lo largo de una vida larga que una buena manera de conseguir la felicidad es darla a los demás. Yo soy un jubiloso jubilado. Sin darme cuenta pasé de la edad de la pasión a la edad de la pensión. Como en todas las vidas, a la mía ha llegado la sonrisa y la lágrima, lo cual es bueno, para saber de todo. Tengo una linda esposa de 39 años –de 39 años de casada conmigo, ycuatro maravillosos hijos. Tengo nietos también (de haber sabido antes lo que es ser abuelo, primero habría tenido a mis nietos y luego a mis hijos). Y vivo en una lindísima ciudad: Saltillo.
A Saltillo la hicieron indios y españoles. Venían del desierto, y se toparon de pronto con un oasis que tenía en el medio un salto de agua pequeñito. De ahí el nombre: Saltillo. Etimología de a dos por cinco,es cierto, pero díganme ustedes una mejor. Sigue fluyendo todavía el cristalino manantial, aunque mi ciudad, de raza colonial, se ha modernizado, y es ahora gran capital automotriz. Conserva, sin embargo, su raíz cultural, que hizo que Saltillo fuera llamada “la Atenas deMéxico”. Alguien consideró exagerada esa denominación, pero yo vi en Grecia un letrero que decía: “Atenas: el Saltillo de Europa”.
Mi ciudad tiene una catedral que, si yo fuera obispo, cobraría por verla. Tiene montañas que la rodean en amoroso abrazo, y crepúsculos que parecen anuncios de publicidad de Dios. En Saltillo se hacen sarapes que cogen todo el sol del mundo, y todos los arco iris, y los obligan a quedarse quietecitos en sus pliegues, lujo sobre el lujo del piano alemán con candelabros. Y tiene Saltillo una alameda que ha puesto prólogo a todos los amores saltilleros. Si esa alameda pudiera hablar ¡ah, cuántas cosas se callaría!
El otro día soñé que llegaba a las puertas del Cielo. Me formaba en la fila de los que esperaban entrar en la morada de la eterna bienaventuranza. San Pedro, el portero celestial, interrogaba a los recién llegados:“¿De dónde vienes?”. “De Roma”. “Está bien, pasa. ¿Y tú?”. “Yo vengo de Florencia”. “Puedes pasar. ¿Y tú?”.“Yo vengo de Paris”. “Pasa también”. Y que me llegaba el turno y el buen portero me preguntaba: “Y tú ¿de dónde vienes? Yo respondía: “De Saltillo”. Entonces San Pedro, preocupado, se rascaba la calva y me decía: “Ah, caray, señor, pues pase usted, a ver si le gusta esto que tenemos”.
Lectora amiga, amigo lector: sé que tu ciudad es hermosa como la mía, y que tienes en ella amores y recuerdos como los tengo yo. Pero te invitoa venir a Saltillo. Te mostraremos las galas de nuestra ciudad y compartiremos contigo nuestras gulas: el pan de pulque, inverosímil; nuestra fritada de cabrito, única en todo el universo y partes adyacentes; nuestras enchiladas, ante las cuales los manjares que encomió Brillat-Savarin son modestísimo potaje; nuestros dulces paradisiacos...
Vengan a Saltillo. Quién sabe: a lo mejor se van a ir al Cielo, y es bueno que se vayan preparados.

lunes, 5 de abril de 2010

La soledad de América Latina, de Gabriel García Márquez

A continuación presentamos a nuestros visitantes el discurso pronunciado el 08 de diciembre de 1982 por Gabriel García Márquez, al recibir el Premio Nóbel de Literatura:
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La soledad de América latina
Gabriel García Márquez
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Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.
Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonio más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontabels. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros, y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana encargada de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.
La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general Gabriel García Morena gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en Paris en un depósito de esculturas usadas.
Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéros sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. Ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto, 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi 120 mil, que es como si hoy no se supiera donde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres encintas fueron arrestadas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aun se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 muertes violentas en cuatro años.
De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 12% por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América Latina, tendría una población más numerosa que Noruega.
Me atrevo a pensar, que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de las Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual este colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.
Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construirse su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de la incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aun en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa como soldados de fortuna. Aun en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.
No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos hará sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.
América latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental. No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de un cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.
Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre estos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.
Un día como el de hoy, mi maestro William Faulkner dijo en este lugar: "Me niego a admitir el fin del hombre". No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.
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Tomado de:
Ahí mismo hay un audio de dicho discurso.

Un cuento de profesores

Compartimos un cuento que nos envía nuestra amiga Norma Patricia Rodríguez Reyes:
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El Corcho
Enrique Mariscal
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Hace años, un inspector visitó una escuela primaria.
En su recorrida observó algo que le llamó la atención: una maestra estaba atrincherada atrás de su escritorio, los alumnos hacían un gran desorden; el cuadro era caótico.
Decidió presentarse:
"Permiso, soy el inspector de turno ... ¿Algún problema?"
"Estoy abrumada señor, no se qué hacer con estos chicos... No tengo láminas, el ministerio no me manda material didáctico, no tengo nada nuevo que mostrarles ni qué decirles ..."
El inspector que era un "Docente de Alma", vio un corcho en el desordenado escritorio, lo tomó y con aplomo se dirigió a los chicos:
¿Qué es esto? " Un corcho señor "...gritaron los alumnos sorprendidos.
"Bien, ¿De dónde sale el corcho?".
"De la botella señor. Lo coloca una máquina...", "del alcornoque... de un árbol"... "de la madera...", respondían animosos los niños.
"¿Y qué se puede hacer con madera?", continuaba entusiasta el docente.
"Sillas...", "una mesa...", "un barco! ". Bien, tenemos un barco.
¿Quién lo dibuja? ¿Quién hace un mapa en el pizarrón y coloca el puerto más cercano para nuestro barquito?
Escriban a qué provincia argentina pertenece.
¿Y cuál es el otro puerto más cercano?
¿A qué país corresponde? ¿Qué poeta conocen que allí nació? ¿Qué produce esta región? ¿Alguien recuerda una canción de este lugar? Y comenzó una tarea de geografía, de historia, de música, economía, literatura, religión, etc.
La maestra quedó impresionada. Al terminar la clase le dijo conmovida:
"Señor nunca olvidaré lo que me enseño hoy. Muchas Gracias."
Pasó el tiempo. El inspector volvió a la escuela y buscó a la maestra.
Estaba acurrucada atrás de su escritorio, los alumnos otra vez en total desorden...
Señorita... ¿Qué pasó? ¿No se acuerda de mí?
Sí señor ¡Cómo olvidarme! Qué suerte que regresó. No encuentro el corcho. ¿Dónde lo dejó?
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De " Cuentos Para Regalar"

lunes, 1 de marzo de 2010

¡Habrá poesía!, de Becquer

No digáis que, agotado su tesoro
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.
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Mientras las ondas de la luz al beso,
palpiten encendidas;
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista;
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías;
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!
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Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista;
mientras la Humanidad, siempre avanzando,
no sepa a dó camina;
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!
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Mientras sintamos que se alegra el alma
sin que los labios rían;
mientras se llore sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan;
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!
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Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran;
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira,
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas;
mientras exista una mujer hermosa,
¡habrá poesía!

Gustavo Adolfo Bécquer
(1836-1870)