martes, 20 de septiembre de 2011

La elegía más bella de la lengua francesa

La Jornada Semanal, domingo 8 de junio del 2003, núm. 431.
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José Emilio Pacheco
Víctor Hugo y Gautier
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El poema a Théophile Gautier es juzgado por muchos la más bella elegía escrita en lengua francesa y da testimonio de una amistad ejemplar, rara en cualquier campo y sobre todo en el mundo literario.
En la batalla que sucedió al estreno de Hernani (1830) y marcó el triunfo de los románticos sobre los neoclásicos, Gautier, adolescente de diecinueve años, apareció con un chaleco rojo para apoyar a Víctor Hugo, entonces de veintiocho. En el prólogo a su novela Mademoiselle de Maupin (1835) Gautier formuló la teoría del arte por el arte, intento de preservarlo contra el desarrollo de la tecnología y defensa contra lo que Sainte-Beuve fue el primero en llamar la "literatura industrial".
Con Voyage en Espagne (1845), Gautier transformó a este país en la tierra exótica predilecta de los románticos. Los poemas de Emaux et cameés ("Esmaltes y camafeos") fueron la base de la escuela parnasiana que intentó conservar para la poesía algo de lo perdido ante el triunfo de la novela. En el parnasianismo encontró su punto de partida el modernismo de lengua española.
Baudelaire dedicó a Gautier Las flores del mal. Lo admiraron e imitaron tanto Gutiérrez Nájera y Rubén Darío como Ezra Pound y T.S. Eliot. Su poema "El arte" fue traducido en España por Enrique Diez Canedo y en México por Balbino Dávalos. Gautier, que había nacido en 1811, murió a los sesenta y un años en 1872. Al lamentar su muerte y exaltar su obra, Víctor Hugo inicia de hecho el sentimiento del fin de siglo y se despide de una época dorada para la literatura francesa.
Su hija Judith Gautier (1850-1918), célebre por su talento y su belleza, fue el último y casi incestuoso amor de Víctor Hugo. Después se casaría con Catulle Mendés y con Pierre Loti. A ella se debe la introducción de la poesía japonesa en Europa. Primera mujer que entró en la Academia Goncourt, Judith Gautier publicó una novela, hasta ahora no identificada, en que se basó Gutiérrez Nájera para escribir Por donde se sube al cielo, el libro descubierto por Belén Clark de Lara que cambia la historia del modernismo y ahora es fácil de conseguir en la serie Ronda de Clásicos Mexicanos, dirigida por Antonio Saborit.
Hoy, y no sólo por Los miserables, Hugo es un clásico universal y un contemporáneo del siglo xxi. Pocos se acuerdan de Gautier. Es nuestra oportunidad de conocerlo o releerlo.
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Elegía a Théophile Gautier
Víctor Hugo
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Poeta, amigo, espíritu: de nuestra noche huyes.
Dejas nuestros rumores y en la gloria te incluyes.
Tu nombre desde ahora brillará entre las cimas.
Yo admiré tu persona y tu prosa y tus rimas.
Muchas veces en medio de nuestro altivo vuelo
Apoyé mi entusiasmo en tu alma sin recelo.
Ahora que ya los años mi cabeza han nevado
Siento joven y cerca nuestro hermoso pasado.
Sueño con aquel tiempo que vio nuestras auroras,
Con tormentas, con luchas, con arenas sonoras,
Con el arte que al pueblo se acercó estremecido:
Vasto viento sublime hoy ya desvanecido.
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Hijo de Grecia antigua y de Francia moderna,
Respetaste a los muertos y tu esperanza eterna
Jamás cerró los ojos al magno porvenir.
Hechicero de Tebas y druida en tu menhir
Y flamen junto al Tíber y en el Ganges brahmán:
Desde tu arco divino flechas de ángel irán
A clavarse en los flancos de Aquiles y Rolando.
Tú, herrero misterioso que viviste forjando
Los mil rayos solares en unánime llama,
En tu alma el ocaso con la aurora se inflama:
Ayer y hoy se entrecruzan en tu mente fecunda;
Sacralizas lo antiguo en que lo nuevo funda
La voz con que habló al cielo aquel desconocido
Que en violento relámpago hasta el pueblo ha ascendido
Para amarlo, escucharle, mirar su corazón
Y transformarlo en cantos de belleza y pasión.
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Sereno desdeñaste de la calumnia el filo
Que ha dejado su baba en Shakespeare y en Esquilo.
Probaste que este siglo su propio aire respira
Y que el arte adelanta nada más cuando gira
Para transfigurarse y encontrar la belleza
Que embellece lo bello y exalta la grandeza.
Gautier, nadie te olvida gritando de alegría
Cuando mi drama hizo de París pieza mía,
Cuando el antiguo invierno fue muerto por Floreal
Y la insólita estrella de ese moderno ideal
Brilló de pronto en flamas sobre el cielo y acaso
Tomó nuestro hipogrifo el lugar de Pegaso.
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Te saludo en la boca de la tumba severa.
Tú, que hallaste lo bello, la verdad verdadera,
Ya subes desde ahora por los hoscos peldaños,
Pasas bajo las sombras por los arcos extraños;
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Muerto que avanza firme hacia el oscuro abismo,
En esta hora suprema que es el término mismo,
Como águila que vuela sin temor ni amargura
Porque otear precipicios es su eterna aventura.
Vas a ver lo absoluto, lo más real, lo sublime.
Sentirás la tormenta que en el cenit oprime
Y del prodigio eterno el vértigo sagrado.
Tienes en lo más alto tu Olimpo asegurado.
Desde tu inmensa cumbre lo humano es lastimero,
Ya se trate de Job, ya se trate de Homero.
En las divinas cumbres hallarás a Jehová.
Abre las alas, sube, tuyo el cielo será.
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Cuando un vivo nos deja yo, mudo, lo contemplo,
Porque entrar en la muerte es entrar en un templo.
Y cuando un hombre muere reconozco enseguida
Que con él se aproxima mi hora de partida.
El destino me cubre con su fatalidad.
Mi muerte ha comenzado: se llama soledad.
Veo mi noche profunda vagamente estrellada.
Comprendo que mi hora pronto estará segada.
El hilo de mi vida cercenan las tijeras.
Negro viento me roza con sus alas severas.
Sigo a quienes me amaron, ya triunfante o proscrito.
Sus miradas me atraen al abismo infinito.
Allá voy. No me cierren la puerta funeraria.
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Pasemos. Es la ley. La muerte es necesaria.
Todo cae. Este siglo con sus mil esplendores
Entre en la sombra eterna como los anteriores.
Y qué ruido salvaje y qué tristes debacles
De esos robles que talan para el fuego de Heracles.
El corcel de la muerte relincha de alegría
Porque al fin se marchita la era que fue mía.
Nuestro soberbio siglo que domó tempestades
Expira con Gautier. Y en estas soledades
Ya poco importa ahora la grandeza que fue.
Parto siguiendo a Dumas, Lamartine y Musset.
Se ha secado la fuente de eterna juventud.
El agua que bebemos es nuestra finitud.
Con su hoz afilada ya la cruel segadora
Corta la última espiga. Se aproxima la hora.
Vi de frente la noche y ya no sé dormir.
Todo destino humano lo puedo predecir.
Mis ojos se han llenado de un agua dolorosa
Y lloro ante la cuna y sonrío ante la fosa.
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Traducción de José Emilio Pacheco