miércoles, 9 de junio de 2010

Sobre Carlos Monsiváis

Introducción no pedida a Carlos Monsiváis*
Tanius Karam
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La verdadera prueba de una inteligencia superior es poder conservar simultáneamente en la cabeza dos ideas opuestas y seguir funcionando; admitir por ejemplo que las cosas no tienen remedio y mantenerse sin embargo decidido a cambiarlas.
Scott Fitzgerald
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Las recientes noticias sobre la deteriorada salud del escritor Carlos Monsiváis, nos motiva para una reflexión introductoria sobre su obra. El autor de Los rituales del caos, se encuentra convaleciente en un nosocomio del sur de la ciudad. A principios del mes de abril trascendió que se encontraba hospitalizado por un problema de salud. De acuerdo a las últimas informaciones, aunque todavía hay que mantener la cautela, diversas fuentes periodísticas aseguran que el autor ha respondido de forma satisfactoria al tratamiento que recibe en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán de la Ciudad de México, donde ingresó como consecuencia de una crisis respiratoria.
El escritor ha estado en el área de cuidados intensivos. El Universal ha reproducido por ejemplo que Monsiváis está “consciente, tranquilo y de buen ánimo pero algo cansado”. Asimismo, al ser consultados por La Jornada, los especialistas que se encargan de su salud se mostraron optimistas respecto a la evolución del ensayista porque “puede respirar por su propio esfuerzo y su corazón está en perfecto estado”.
Por la importancia de su obra y la necesaria difusión de su pensamiento ofrecemos aquí una introducción no pedida. Monsiváis por otra parte es un amigo del proyecto de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. En mayo 2008, a propósito de los 70 años de vida del autor, nuestra universidad le entregó un sui géneris título honorario “Doctorado Honoris Causas Perdidas”, al mismo tiempo organizó un coloquio para celebrar, reflexionar y difundir la obra del autor.
¡Ánimo Carlos!
En 1954 Sergio Pitol y Carlos Monsiváis participaban en un Comité Universitario de solidaridad con Guatemala, y distribuían volantes y acudían juntos a manifestaciones; en una de las manifestaciones pudieron ver a Frida Kahlo, rodeada por Diego Rivera, Carlos Pellicer, Juan O’Gorman, entre otros. Era una manifestación de apoyo al gobierno de Jacobo Arbenz que en ese momento había sido víctima del golpe de Estado que orquestó la Central Intelligence Agency para poner a Castillo Armas.
Un año después en 1955 Monsiváis asiste a un concierto de Bola de Nieve. Su deseo de que esos dos actos no fueran material para el olvido lo hizo registrarlos en sendas crónicas; con ellas marcó el inicio de su quehacer literario y periodístico. Desde ellas Carlos Monsiváis sería el escritor atento a lo inmediato, aquél que vislumbró que lo fugitivo, bien escrito, permanece.
Los primeros trabajos de Carlos Monsiváis, aparecen junto con los de José Emilio Pacheco en la revista Estaciones de Elías Nandino. El relato ficcional de Monsiváis fue Fino acero de niebla; relato extraño que nada tenía que ver con la literatura que se escribía entonces, Pitol evoca: “Su lenguaje era popular, pero muy estilizado; y la construcción, eminentemente elusiva. Exigía del lector un esfuerzo para más o menos orientarse. [...] Monsiváis reunía en sus cuentos dos elementos que definiría más tarde su personalidad: un interés por la cultura popular, en ese caso el lenguaje de los barrios bravos, y una pasión por la forma, instancias que por lo general no suelen coincidir”.
Monsiváis es otro polígrafo cultural de nuestro tiempo en perpetua expansión, “un sindicato de escritores, una legión de heterónimos que por excentricidad firma con el mismo nombre”. Mr Memory, como lo llama Pitol es también un gran historiador de las costumbres y las ideas que ha sabido sobre todo transportar los más diversos referentes y tópicos en esa autopista que va del centro a la periferia y le permite dialogar. Uno de sus rasgos estilísticos y temáticas es la producción de textos donde detalles de la vida cotidiana se dan la mano con los grandes de la cultura occidental. No es casual que la idea centralidad-periferia aparezca en esa crónica biográfica que Monsiváis hiciera hace unos años del eximio ex cronista de la ciudad Salvador Novo.
La relación Novo-Monsiváis nos lleva a resaltar dos características: la preocupación sobre las minorías, sus campos de manifestación, su historia, su proceso de lucha. Novo es personalidad que irrumpe contra la sociedad pequeño-burguesa de su época y una primera reivindicación de la diferencia en la sociedad urbana un poco más monolítica del medio siglo.
Un segundo punto más sutil que hermana a ambos escritores es la vocación literaria por el detalle, el enciclopedismo y la diversidad de registros textuales que alterna informaciones sofisticadas de la “alta cultura” con datos de la cotidianidad, los gustos y las necesidades sociales que el escritor percibe. Si se puede hablar de Monsiváis como un “comunicador” es en la idea de lo que Martín Barbero adviene al papel del profesional de la comunicación: hacer comunicables diversos puntos de la cultural: lo urbano con lo rural, lo poético con el arrabal, el cine con la literatura, el kitsch con la oratoria política.
De sus tópicos y preocupaciones una de las más recurrentes es la idea de la ciudad, al grado que bien puede considerarse Monsiváis como el cronista no oficial de esta megalópolis. La ciudad es la síntesis desde la cual Monsiváis reflexiona. Castañón lo llama un hombre llamado ciudad. A la ciudad orgullo de Novo, Monsiváis describe los rituales de la ciudad-apocalipsis, sus transformaciones y cambios; en sus crónicas el autor de Escenas de pudor... ha logrado registrar literariamente el absurdo cotidiano de la ciudad; el caos que miramos y del que somos parte.
La ciudad fascina a Monsiváis desde su origen, su natal Portales, el metro, la aparición de los medios de información, las calles que caminan los escritores, los sueños y fantasmas que también la pueblan forman parte de ese tejido fascinante que lejos de entender Monsiváis quiere describir, contar. En broma o en serio Monsiváis ha dicho que al morir quiere que sus cenizas sean esparcidas en la pista del California Dancing Club, para que bailen sobre ellas además que este tradicional lugar de baile queda muy cercano al lugar donde vive.
En su múltiple origen su fascinación por la ciudad lo es por la literatura. De adolescente recuerda el contacto del cronista Valle Arizpe quien su muerte en 1965 cedió su puesto de cronista de la ciudad a Novo. Más tarde los recorridos. Es la experiencia de ciudad, del cine y el radio eternamente prendido en su casa que sin proponérselo constituye su primer maestro y lo popular, la ciudad, todo él se concreta y verifica, se “comunica” en la ciudad y los múltiples rostros cuyos cambios les toca verificar en esa década sedes de la gran expansión de la industria mediática.
Podemos entender por qué “Naranjo” dibujó a Monsiváis como un malabarista. Es uno de los escritores más hábiles para moverse en los campos fronterizos de la oralidad y la escritura, la ficción y la realidad, lo privado y lo público, lo hegemónico y lo alternativo. Resulta muy difícil señalarlo únicamente como periodista o cronista, aunque ésta sea por síntesis y simplificación el género al que inicialmente lo relacionamos. A Monsiváis pueden aplicarse aquellas palabras que él mismo dijera de Alfonso Reyes: “[...] totalidad literaria, el mundo entendido como estar concentrado en la página, en la hechura del artículo, del ensayo, del poema, del libro. No concibe el descanso y se ve a sí mismo como una obra”.
La grandeza de Monsiváis radica, según Domínguez Michael, en su capacidad para crear la ilusión que Monsiváis siempre ha estado ahí, en ese último trecho del siglo (1968-2000). Esa peregrinación rutinaria que es la vida pública de Monsiváis alimenta heréticos deseos parricidas y excita la curiosidad de imaginar si México podría sobrevivir sin su vigilancia. Pero la jefatura espiritual —sigue Domínguez— que Monsiváis ejerce sobre esa opinión pública que él tanto contribuyó a rebautizar, ampliando sus límites, como Sociedad Civil, exige una crítica permanente y severa, un auténtico y etimológico reconocimiento.
El autor de Entrada libre, bien puede compararse con la figura de un sacerdote laico que busca la salvación mediante la interpretación, de la grey; un cruzado cuya feligresía es la sociedad civil. Y ese carácter público provoca y anima que la iglesia invisible, al escuchar su voz o ver su rostro se arremoline junto a él para celebrar las primicias del análisis y el humor, el embate y encuentro más disímbolo e inimaginable de santos y fantasmas, ritos y fobias en la historia de este país.
Otro de los rasgos más prototípicos de su prosa y presentaciones públicas es humor e ironía, como todas y cada una de sus virtudes son una segunda piel que le permiten relacionarse con el mundo. Los románticos, a quienes les fascinaba la ironía, dieron una buena respuesta a esta pregunta; Friedrich Schlegel pensaba que era necesario reconocer que el mundo es esencialmente paradójico, y que por lo tanto sólo es posible comprenderlo con una actitud ambivalente.
Roger Bartra en su zaga de estudio sobre mexicanidad (La Jaula de la melancolía) y post-mexicanidad (La sangre y la tinta...) sugiere la ironía para romper el círculo hermenéutico engendrados por todos los mitos nacionalistas-revolucionarios. En ese sentido Monsiváis acaso sea uno de los ejemplos mejor logrados de cómo esa ironía, irreverencia, nos permite desanudar los rituales del caos, imaginar nuevas vías en la dualidad no resuelta tradición-modernidad.
Los orígenes de esta actitud o escritura (si es que eso existe) hay que retraerlo en las primeras lecturas del autor, como lo señala en una de las tantas entrevistas que le han hecho: “Yo creo que si algún sentido del humor tengo —cosa que enfáticamente niegan mis amigos y mi familia—, si alguno tengo, se debió a ese primer encuentro con Dickens, sobre todo en Las aventuras de Club Pickwick y de Mark Twain, Huckleberry Finn...”
Monsiváis nació el 4 de mayo de 1938. En breve celebraremos su cumpleaños 72. Según las malas lenguas no fue en la Portales donde ha vivido la mayor parte de su vida (Antonio Lazcano lo llama “el Quevedo de la Portales”), sino en La Merced. Más allá de los mitos. Con frecuencia su figura aparece en cafés y manifestaciones, en mesas redondas y conferencias solemnes, en el metro o haciendo cola en la librería Gandhi. No podemos decir, a pesar de su notable presencia que su obra sea objeto de aceptación unánime. Pero por otra parte llama la atención los pocos estudios que existen, uno de los cuales recientemente publicado proviene del campo académico estadounidense.
En un efusivo discurso por el premio Jorge Cuesta de literatura que se ofrece a Monsiváis hace casi 20 años, dice Elena Poniatowska: “Monsiváis no se ha distraído un segundo, no ha dejado de ser el escritor que quería ser. No ha apartado su voluntad de su objetivo salvo cuando suena su delicioso tormento, el teléfono y levanta la bocina, hace la voz de abuelita o de Arturo de Córdoba y se niega a sí mismo para entregarse en una risa limpia, vital, jovial, del intelectual que no pretende tomarse demasiado en serio”.
La imagen obligada. Copa en mano. Alrededor de la mesa bulle una legión de gatos y con la música del célebre poema de Guillermo Aguirre (“El brindis del bohemio”), decir: “Y sólo faltaba un brindis...”, el de Carlos. ¡Ánimo Carlos, sabremos que saldrás bien!
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*Texto publicado en Mediorama. Revista de medios, el domingo 25 de abril de 2010